Ojalá sirva a muchas personas para dar ese pequeño saltito y lanzarse a la aventura de recuperar un animal.
Creednos, no os arrepentireis.Ser casa de acogida, ¿una buena experiencia?
He sido casa de acogida durante los últimos tres años de un
total de 5 perros de Scooby, galgos y podencos todos ellos. Muchas veces animo
a la gente a que sea casa de acogida, todos los que nos movemos en este
mundillo sabemos la falta que hace y los beneficios que reporta para un perro.
Un perro que pasa por una casa de acogida, al darlo en adopción, es un perro
que ya sabe andar con la correa (mejor al menos que cuando llego a nuestra casa),
que esta sociabilizado con ruidos y perros (las casas de acogida, son la
primera terapia para perros con miedos, que siempre salen de su acogida mejor
que como llegaron), que han perdido (si lo tenían) el miedo a los humanos. Son
perros que hace sus necesidades en la calle y, sobretodo, son perros a los que
conocemos; al pasar por una casa de acogida sabemos si, el perro susceptible de
ser adoptado, es tranquilo, si es nervioso, si tira de la correa, si ladra, si
se lleva bien con gatos, si se lleva bien con niños, si necesita mucho ejercicio
o en contra es un perro de sofá, si es cariñosos, si es independiente, si puede
vivir solo o necesita un hermano perruno en casa, si es juguetón, si obedece
cuando va sin correa, si se marea en el coche, si le gusta la playa o el
monte.. Cuando un perro tiene la oportunidad de pasar por una casa de acogida, lo
realmente valioso es que tiene la oportunidad de mostrarse tal cual es y eso
facilita muchísimo darlo en adopción y, sobretodo, darlo al adoptante perfecto
para el (y el adoptante se lleva, a su vez, el pero que realmente busca y se
acomoda a sus circunstancias). La función de las casas de acogida tiene un
valor incalculable; este trabajo, este tipo de adopciones, solo pueden
realizarse gracias a la labor de los voluntarios que acogen perros
desconocidos, sin nombre y sin personalidad, y en unos meses ofrecen al
adoptante un animal con historia, con distintivo, con peculiaridades. Transforman
un número más del refugio en alguien y le dan la vida que todos merecerían hasta
que encontraran a su familia definitiva; pero eso tiene una parte buena y una
mala. Y muchas veces, cuando animo a la gente a ser casa de acogida, me
pregunto si deberían saber la parte mala..
La buena, como vengo comentando y
como mucha gente sabe, es la facilidad de encontrar una adoptante para él, pues
es un perro del que podemos decir muchas cosas, es un perro que como poco ya
esta parciamente educado y eso facilita mucho que alguien se decante por su adopción
(alguien que además, será el adoptante que se ajuste a las características del
perro y viceversa). La parte mala, os la contara yo o no también la sabemos. Para
que ese perro pueda tener una personalidad conocida y una historia que contar, esa
historia se ha de escribir en conjunto; la casa de acogida y el perro acogido.
Y os mentirá aquel que diga que no se hace un nudo en el estomago el día que el
perro encuentra a su adoptante, y os mentira aquel que os diga que los primeros
días de la acogida son fáciles, y os mentira aquel os que diga que al final se
olvidan los perros que tuviste en acogida cuando ya has hecho muchas. Todo es
mentira; cada vez que un perro aterrado entra por tu puerta empiezas de cero. Tienes que enseñarle a hacer pipi y caca en la
calle, tienes que enseñarle a confiar en la gente, tienes que acostumbrarlo a
ir con correa, a jugar con perros, a respetar a los gatos, a comer con
paciencia y respetando a los otros miembros peludos de la casa, tienes que
enseñarle a que las cosas de casa no se comen!! Es cierto que luego, esto que
parece una montaña, es bastante más fácil de lo que aparenta. Después de muchas
acogidas, siempre de perros adultos pero todos muy distintos de carácter y de
muchas procedencias (galgueros, zulos, abandonos, etc.) me sigue sorprendiendo lo rápido que se
adaptan y que aprenden estos bichos. De
hecho, nunca me ha costado más de un día enseñarle a hacer pipi y caca en la
calle ¡menuda maravilla comparado con los cachorros! Poco a poco el tiempo
pasa, y el perro se adapta a tus ritmos y a tus costumbres. Y poco a poco lo
vas conociendo; sabes sus gustos, sus manías, te ríes con sus tonterías y te
desquician sus rebeldías (¿qué perro no ha robado un calcetín y se lo ha
comido?). Y sí, poco a poco pasa el tiempo, y conforme pasa se convierte, sin
darnos cuenta, en uno más. Y sin querer le coges cariño, porque todos y cada
uno de los que pasan y pasaran por tu vida tienen algo y acaban haciéndose querer;
nunca olvidare lo aterrorizada que estaba Mika, mi primera acogida, cuando
llego a casa y como gano confianza en tan solo un par de semanas ¡menudo
cambio!, tampoco olvidare al loco de Tron que parecía que hubiera vivido toda
la vida en un piso y nunca había salido de su zulo, tampoco olvidare a Heder
que tenia pánico a las escaleras y devoción por las salchichas, ni a Pongo (posiblemente
el podenco mas tontón y bobo que exista sobre la faz de la tierra), ni a la guapísima
Lupe la más jovenzuela, descarada y besucona donde lo hubiese. Y es
que cuando ya es uno más, cuando ya ni notas que está en casa llega la adopción.
Era el objetivo cuando entro en nuestras vidas, sacarlo de su desdichado pasado
que acabo mandándolo a un refugio (y esa suerte que tuvo, porque otros no
tienen tanta) y buscarle una casa; pero ahora que llega el momento parece terrorífico.
Estas más feliz y emocionada que nunca y
a la par con ganas de llorar; da igual si va a vivir a dos manzanas de tu casa
que a mil kilómetros. Lo has visto cambiar, le has enseñado a confiar de nuevo en
la gente, en ti, y ahora tienes que dejarlo marchar. Nunca nadie que no haya
hecho una acogida sabrá lo duro que puede llegar a ser ese momento; pero lo realmente
cierto es que nunca nadie que no haya hecho una acogida puede saborear el
placer, la paz, la felicidad y la alegría que da ver a ese perro corriendo
feliz en su nueva casa, repantigado en un sofá calentito o abrazado y besuqueado
por su nueva familia para el resto de su vida. Ser casa de acogida es duro, no
creo que haya que engañar a nadie. Pero tampoco os engañéis; es duro para nosotros!!
porque yo, como casa de acogida, se que esos 5 gorditos que han pasado por mi
vida están felices allá donde están hoy en día. Con la mayoría sigo en
contacto, a muchos los veo casi todos los meses. Y me siento orgullosa y feliz de haber podido
ayudarlos, porque ahora cuando los veo felices se que yo puse un gran granito
de arena en esa felicidad, y por qué se que cada uno de los que se fue, dejo
hueco para uno más que necesitaba mi ayuda. Gracias a Scooby y a las casas de acogida
muchos pueden contar historias fascinantes que algunos, invisibles en los
refugios, no tienen oportunidad de contar. Hacer una acogida puede ser la única
baza en esta vida para demasiados de ellos; galgos, podencos, mestizos,
abuelos, cachorros, perros de mediana edad... hay demasiados que lo necesitan y
eso te da las fuerzas para dejar marchar a aquellos que han tenido suerte de
encontrar una familia y para empezar de cero con otro más, con quien realmente
lo necesita.
Tengo que decir que mi fiel compañera Kika (una mestiza de pastor que
adopté de Scooby hace hoy 5 años) me ha ayudado mucho en las tareas de
educación y sociabilización de las acogidas, Kika les ha enseñado a jugar, a
obedecer, a compartir y a confiar en la gente a veces más que yo. No os imagináis
cuanto aprenden unos de otros, ¡y cuanto nos enseñan a nosotros mismos! Hoy por
hoy me ayudan con las acogidas Kika y
Yulia; una galga de 4 años de edad, que fue mi cuarta acogida. Antes de que Yulia llegara a casa pasaron por aquí Mika,
Tron y Heder. Los vimos cambiar, les enseñamos mil cosas, los hicimos de la
familia y luego les tuvimos que dejar ir. Pero cuando llego Yulia fue distinto,
fue una conexión especial con Kika y con nosotros. Y Yulia se quedo en casa
para siempre, ayudándonos con las nuevas acogidas que desde que ella llego son
menos frecuentes y por menos tiempo, porque ya somos muchos en casa. Fue una decisión
difícil, porque al quedarnos a Yulia renunciábamos a poder hacer acogidas al
ritmo de antes y con la misma duración. Pero hay veces en la vida que llega un
perro a tu vida que no puedes dejar machar; y decidimos que Yulia debía quedarse.
Nunca sabes muy bien porque ocurre con ese perro en concreto (Yulia
posiblemente sea la más desobediente de todas nuestras acogidas, y una de las
que más miedos tenía al llegar, muchos de hecho aún los tiene) pero ocurre. La decisión
de quedarnos a Yulia nos limita como casa de acogida, pero hemos dado un hogar
a una perra que nos necesitaba.
Esta
es mi historia. Podéis preguntarle a muchos voluntarios que han hecho
de casa de acogida, y cada uno os contara la suya. Todas serán
diferentes, pero todas, seguro, que tiene una cosa en común; no hay
nadie que haya sido casa de acogida al que no se le ilumine el rostro
cuando recuerda a esos perros a los que ayudó. No hay nadie que se
arrepienta. No hay nadie que lo recuerde con dolor y tristeza por que al
final solo queda lo bueno. No hay nadie que no repita. No hay nadie
que, si se toma un descanso como casa de acogida, luego no quiera volver
a tener un perro acogido. Porque a los que nos gustan los perros, los
que estamos hechos de esta pasta y necesitamos ayudarles nos sentimos
plenos tendiéndoles nuestra mano. Y porque esta forma de ayudar hace que
una parte de su historia sea nuestra para siempre, y allá donde estén
llevan nuestra esencia y nosotros la suya y eso nos hará siempre
felices.
"Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la
felicidad".
José Martí (1853-1895)